4 dic 2008

El principio del cuento

En primer lugar, me gustaría disculparme por el tiempo que llevo desaparecida, pero de vez en cuando las brujas también necesitamos un descanso en nuestra vida.
Durante este tiempo he vivido nuevas experiencias, pero lo que hoy quiero contaros es la historia de mi vida.


Y es que en las películas sólo sacan nuestro lado más malvado, será el morbo que produce el que nunca dejemos vivir en paz a la princesa del cuento... El caso es que me he cansado de ver cómo tiran por los suelos nuestra imagen. Querido Walt, nos revelamos y ponemos en pie de guerra, una lástima que te hayas quedado... helado...

Como la mayoría de vosotros sabéis, pertenezco a la película de la Bella Durmiente... si, soy esa bruja de nariz puntiaguda, voz quisquillosa, risa frenética y mirada perdida, así es cómo me representan.

En la película aparezco, por arte de magia en mitad del castillo de los reyes, enfadadísima porque no he sido invitada al bautizo de la pequeña Aurora... ¿de verdad pensáis que puedo enfadarme por una estupidez así? Mi verdadero dolor proviene de una historia que tuve con el Rey...

Casado desde hacía años con la reina, siempre fiel a su adorable (y aburrida) esposa. Cansada ya de andar vagando por tontos puestos de adivinos en el mercado, con contratos basura (si, ya los hacían en mi época) y trabajos mal pagados (cuando pagaban..) fui a buscar trabajo a Palacio. Fue el propio rey quien se encargó de la entrevista, pues estaban buscando un hechicero. Lo cierto es que se quedó bastante perplejo al ver mi figura de mujer. Sus ojos me recorrieron de arriba a abajo. Inconscientemente, su cuerpo emitió señales de deseo, humedeció ligeramente sus labios con la lengua y no apartaba la mirada de mi pronunciado busto. Sólo un par de trucos fueron suficientes para convertirme en la hechicera real.

Todo comenzó como un juego, los largos pasillos eran idóneos para ver cómo me seguía a hurtadillas. Se escondía tras las altas columnas, supongo que fue su curiosidad quien le llevó a tal extremo y... como suele decirse, "la curiosidad mató al gato". Me convirtió en su confesor, me decía que su mujer era una frígida y que él tenía deseos como cualquier hombre, sobre todo le atormentaba la idea de no dejar un heredero a la corona.

Empezamos a vernos a menudo, pasábamos muchas noches en mi dormitorio, riendo, charlando y bebiendo. Una de esas noches nos pasamos con el vino y... bueno, no es difícil adivinar qué pasó.
Una gota de vino caía por su comisura y un deseo irrefrenable se apoderó de mí. Me acerqué a él y con una suave caricia recogí aquella gota en la yema de mi dedo índice y lo llevé a mi boca mientras le miraba fijamente. El sabor de aquella diminuta gota de alcohol era dulce, tenía pizcas afrutadas y el sabor de su piel. Cerré los ojos para saborearla mejor. No recuerdo bien cómo ocurrió pero mis ojos se quedaron fijos en el bulto que sobre salía en el pantalón de mi acompañante. Haciéndome la inocente giré la cara mientras mordía el dedo que aún reposaba en mis labios. Se miró pero no hizo ningún esfuerzo por ocultar aquella erección que me estaba llevando a la locura. Acortó la distancia que nos separaba sentándose cerca, muy cerca mío. Los dos deseábamos que aquello ocurriera y sólo calmamos nuestra sed.

Se le veía nervioso, hacía tiempo que no recorría unas curvas tan peligrosas como las mías. Pasó la palma de sus grandes manos por mis pechos, recorriendo mi vientre, explorando.
Sus pupilas se movían deprisa para no perder ni un sólo detalle, yo le miraba y le dejaba hacer. Desabrochó el vestido dejándolo caer. Acarició con suavidad mi clavícula, bajando hasta los pezones. Los pellizcaba y se sonreía al verlos endurecer. Su lengua los rozaba, sus labios lo apretaban y sus dientes lo mordían. El calor aumentaba por momentos, mi mano contribuyó a aumentar mi ya notable excitación. Mis dedos se dedican a acariciar la cara interna de mis muslos, acercándose a la húmeda entrada de mi cuerpo. Las caricias se hunden entre los labios, que reciben con ganas los toqueteos que le proporciono.
Cierro los ojos mientras la lengua del rey baja por mis caderas. Noto cómo su lengua entra en mi cuerpo. Acompañándose de un dedo. Arqueo mi espalda y juego con mis tetas, araño con suavidad mi piel y muerdo mi labio. Por fin libera de su pantalón el objeto de mi deseo. Abre un poco más mis piernas para poder ver cómo mi cuerpo absorve por completo su enorme pene. Mientras entra y sale de mí acaricia mi clítoris haciendome tocar lo más alto del placer. El orgasmo llega en forma de convulsiones y apretando los músculos de mi vagina, de forma que el contacto con aquel cuerpo alargado es mucho más sensible y notable, las paredes rugosas y calientes de mi cueva hacen que no pueda reprimir un grito al venirse. Nuestros líquidos se funden en uno solo, ardiendo muy adentro.

La pasión se desató dando lugar a una noche de lujuria sin freno. El alba llamó a nuestra puerta y, con la resaca del buen vino, regresó junto a su mujer. Los encuentros furtivos se sucedieron y multiplicaron, cada vez eran más las noches que pasaba conmigo. Había pasado de ser una simple adivina a ser la mejor amante ante los ojos del feudo.

Pero todo principio tiene un final y, lógicamente, éste no sería el que los protagonistas soñaron. Una noche, mientras el Rey me perseguía por mi dormitorio, sentí una presencia, estaba escondida tras la gran cortina. Antes de que pudiera hacer ningún movimiento dejé que su Rey me rodeara entre sus brazos y viera cómo me deseaba, cómo hacía suyo mi cuerpo, cómo sus caricias me pertenecían, cómo me inhundaba de sexo.
Al ver aquella escena supuse que no tardaría en salir de su escondite. Pero cuál fue mi sorpresa al ver que permanecía en silencio, obervando de cerca aquella caliente y pervertida imagen.

Nunca supe si le gustó tanto que se dejó llevar por el placer. Lo que es seguro es que, la reina, tras aquel capítulo, debió ceder en la cama ante el rey, de ahí el nacimiento de Aurora.

Con la llegada de aquel retoño, y viendo cumplido su sueño, el Rey alejó de su casa la tentación, desterrándome y anulando por completo mi voluntad de rehacer mi vida lejos de él. Aún hoy, desde las gruesas paredes de mi castillo, llegan a mi, en el silencio de la noche, sus lamentos por haberme dejado marchar.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues yo, como Rey, habría decretado la voluptuosa majestad de la bigamia, y el dúo oculto sería trío solemne, con tres tronos durante el día y una cama mayestática por la noche.

Besos maléficos.

Maléfica dijo...

Totalmente de acuerdo... no siempre alejar las tentaciones es el mejor camino... en la mayoria de las ocasiones el camino pecaminoso es mas divertido e interesante.

Un beso enorme, espero que me sigas visitando

Rafael Urdaneta dijo...

Hola Maléfica, me gusto mucho tu blog. Te escribo para agradecerte tus palabras en homininocturnos.blogspot.com

Mil gracias y mucho éxito para ti tambien, excelente espacio sensorial en el que las líneas evocan las imágenes de la experiencia. Saludos

Anónimo dijo...

Por fin has despertado. Pensé que habías cambiado las tornas y que ahora la Bella Durmiente eras tú, jejeje... Menos mal que tu príncipe ya te dió el beso. Esta tarde sin falta leo tu nuevo relato.

Por cierto, qué casualidad, la palabra clave para dejar el comentario esta vez es, agárrate, "bessa". Así que tu me dirás cuando y dónde. Jajaja!!

Besazos, Bella Bruja Durmiente.

Anónimo dijo...

Hola Malefica!! Es la primera vez que entro en y me gusta lo que escribes. ¡¡Me has enganchado!! A partir de hoy estare pendiente de tu blog.

Un besito muy fuerte. DECHU

Maléfica dijo...

Gracias Dechu!!
Espero verte por aqui, ya sabes, cuando quieras, estás invitado!!

Un beso con dulce sabor a... manzana te parece bien? ;)

Anónimo dijo...

Por fin he terminado de leer todo el blog y como ya dije me encantan tus relatos. Me siento un pelin identificada con uno de ellos, lo unico que mi final todavia no esta escrito, y creo que cuando este no sera bueno pero he decidido arriesgarme. Bueno wapa que estare pendiente y espero pronto una nueva historia.

Besitos!!!

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