24 abr 2023

Domingo de resaca

Todos sabemos cómo acaban la mayoría de los sábado noche cuando se sale de fiesta. Pues yo no iba a ser menos.

Rondando los treinta, con el corazón hecho trizas y un odio hacia los hombres que roza lo sospechoso, asi se encuentra mi vida sentimental en estos momentos. Si a eso le sumamos amigas, agua con misterio (como dicen en la tele), tacones, vestidos provocadores y ganas de juerga, el resultado es una bomba.

Sábado noche, ¿la fiesta? Como de costumbre; perfecta. Sonrisas, miradas furtivas, roces tontos, más risas, bailes, copas van, copas vienen y la libido en aumento. A eso de las 6 am, decido ponerle un poco de cabeza y madurez al asunto y volver a casa en taxi, ya volveré a por el coche cuando sea capaz de caminar en línea recta y sin hacer equilibrios por mantenerme.

En la esquina de una gran avenida logro parar uno mientras intento no caer de mis 14.5 centímetros de tacón, me despido de mis chicas y subo al vehículo.
- Buenas noches. ¿Me llevas a casa?
- Si claro, si me dices dónde vives. Para eso estoy aquí

Él es joven, lleva gorra y no le veo la cara, pero la voz es súper sexy ¡y parece simpático! Le doy las señas intentando que mi lengua no se haga un nudo y vocalizando lo mejor posible. Ante todo, hay que  mantener las formas, todo lo que se pueda, claro...

Suena mi móvil, es Ana. Lo que faltaba... ahora hay que mantenerlas durante toda una conversación. ¡A ver cómo sales de ésta, bonita!, pienso.
A pesar de que llevamos toda la noche juntas, ésta charla es de suma importancia, ¡hay que comentar los mejores momentos de la noche y sacarle el jugo!
Entre muchos bla, bla, bla, se me cuela un "pues estoy tan caliente que me tiraba ahora mismo lo primero que se me pusiera a tiro" Mala idea, iba en taxi, no estaba sola, y algo me dice que quien me llevaba a casa se lo estaba pasando pipa con la conversación. Puedo ser muy perspicaz si me lo propongo.

Cuando cuelgo, mirando por el retrovisor y viendo cómo el taxista se sonríe, intento desviar su atención comenzando una conversación (si, eso he dicho, conversación. A mi me va lo difícil, definitivamente).
No estoy en condiciones, lo sabe, lo sé y lo máximo que consigo es darle mi número. Bueno, más bien lo que consigue él. Por fin llegamos a mi casa. Pago la carrera, y al fin le veo la cara, ¡está cañón!, sin querer me muerdo el labio, vuelve a sonreirse, ¡a este chico no se le escapa una! Mientras abro la puerta para salir del taxi, me toca la pierna para llamar mi atención, sorprendida me giro a mirar qué quiere, sonriendo, me dice - Rubén, encantado.- Le devuelvo la sonrisa y me voy deseando que me trague la tierra, aún tambaleándome y buscando las llaves en el bolso.

Cierro la puerta tras de mi y suspirando aliviada por estar en casa. Mientras lanzo los zapatos por los aires, suena el móvil. ¡Oh, no! otra vez no - pienso -. Es un whatsap. Abro la aplicación, no conozco el número pero sé quién es:
- Soy Rubén, sigo en la puerta y estoy a tiro.

Sin pensarlo demasiado abro la puerta y salgo descalza, sólo con las llaves de casa. Me da morbo la idea de volver a hacerlo en un coche, como cuando era una criaja y no tenía más remedio. Abro la puerta del copiloto y monto. No sé quién estaba más sorprendido, si él, o yo.
 
Vamos a una zona poco concurrida, los rayos de sol empiezan a asomar entre los edificios y el día comienza. Mientras conduce, mi mano se posa sobre su muslo y se acerca peligrosamente a su entrepierna. Le noto nervioso, me quito el cinturón de seguridad y me inclino a besarle la oreja. No tarda en encontrar un buen lugar donde nadie nos vea.

Se gira mientras detiene el motor y me besa apasionadamente. Me enciendo, le arranco la gorra de la cabeza, retira el asiento hacia atrás y me subo sobre él a horcajadas sin dejar de besarnos. Su lengua se cuela en mi boca y busca con deseo la mía. Se encuentran y se enlazan mientras bailan juntas. Sus manos, posadas en mis muslos, comienzan a subir mi vestido, dejándome en ropa interior frente a él. Sin dejar de besarnos, desabrocha con certeza mi sujetador, dejando al descubierto mis pechos, con los pezones duros por la excitación. Hago pequeños círculos con las caderas sobre él. Entre mis piernas puedo notar cuánto le gusta y siento cómo el calor me invade.
Sus manos acarician mi espalda y alcanzan mis pechos, acerca su boca a ellos y los devora haciéndome gemir.
¡Joder! ¡Estoy excitadísima! Mis manos revoltosas y juguetonas empiezan a desabrochar su vaquero. Su respiración se acelera y des acompasa. Me lanza una mirada profunda, en sus pupilas puedo ver su deseo. Le muerdo el labio inferior mientras cuelo una de mis manos bajo su bóxer y agarro firmemente su miembro, deslizando mi mano y ejerciendo cierta presión sobre él. Aquello crece sobremanera, parece que va a estallar, asique lo libero de esa tela elástica que lo estrangula.
Con picardía, me llevo un par de dedos a la boca y los mojo con mi saliva para después llevarlos de nuevo a su pene y rozarle con ellos. Mi mirada permanece clavada en sus ojos, mientras contoneo mi cintura y mi boca se entreabre debido a la excitación.
Me agarra fuerte de la cintura, elevándome y clavándome sobre su erección. Le siento duro, caliente, llegando hasta lo más profundo de mí. Me maneja firmemente y con decisión, guiando mis caderas con sus manos y moviéndome ritmicamente.
Me agarra del pelo y tira de él. Ese gesto, sin previo aviso, me pone a mil, arqueo la espalda echando la cabeza hacia atrás y gimo sin poder evitarlo.
Me embiste fuertemente haciéndome estremecer y clavando mis uñas en sus hombros. 

Los cristales están empañados, y nuestros gemidos y respiración acelerada y entre cortada, rompen el silencio del alba. Sus manos se enredan en mi pelo largo y suelto mientras mis caderas se mueven acompasadas sobre él, haciendo que me penetre profundamente. Su lengua juguetona acaricia mis pezones y me hace retorcerme de placer. Agarra mi trasero mientras acelera el movimiento de mis caderas hacia arriba y hacia abajo y exploto de placer en un gemido ahogado por el sofoco. Nos miramos fijamente a los ojos y sale en un movimiento rápido para terminar fuera. Estamos extasiados y nuestra respiración, aún acelerada, disminuye su ritmo despacio.

De repente me doy cuenta de lo que acaba de ocurrir y se me escapa una carcajada dulce y rebelde; me sonrojo.
Rubén, amable y cariñoso, me besa de nuevo y me acaricia el cuello. 
- Ha sido la mejor carrera de mi vida. - Me devuelve la sonrisa y me ofrece ir a desayunar. Aprieto mis labios al tiempo que se tuercen y señalo mis pies descalzos. 
- Mejor preparo el desayuno en mi casa.

Conduce de nuevo hasta mi domicilio y aparca. Le invito a entrar y preparo café y tostadas.
Volvemos a fundirnos varias veces más a lo largo del día y a última hora de la tarde, extasiados y agotados, nos despedimos prometiendo volver a vernos.

Ahora si, sola en casa, llamo a Ana y le cuento lo que ha pasado. Es una anécdota para recordar, definitivamente.




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